San Pablo, en sus cartas pastorales, además de una fe firme y de una vida espiritual sincera, que son la base de la vida, enumera algunas cualidades humanas, esenciales para estos ministerios: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la bondad de corazón… cualidades, que hacen posible que su testimonio del Evangelio sea alegre y creíble.
El Apóstol recomienda, además, reavivar continuamente el don que han recibido por la imposición de manos. La conciencia de que todo es don, todo es gracia, los ayuda a no caer en la tentación de ponerse en el centro y de confiar sólo en ellos mismos. Uno no es obispo, presbítero o diácono porque sea más inteligente o tenga más talentos que los demás, sino en virtud del poder del Espíritu Santo y para el bien del santo Pueblo de Dios.
La actitud de un ministro no puede ser nunca autoritaria, sino misericordiosa, humilde y comprensiva. La madurez humana y espiritual nos llevan a plantearnos ciertas actitudes que deben estar presentes en nuestra vida sacerdotal para que no suframos ni hagamos sufrir.
1.- Humanizar la acción pastoral.
Quien viene a solicitar un sacramento, un servicio a tu parroquia, no es “un alejado”, ni “un extraño”, ni “un pecador”… Es ante todo y sobre todo un ser humano y que debe ser tratado como tal. Tengo que ver en todo el que se me acerca a la persona no las cualidades o defectos de las mismas…
2.- Evitar las victorias sobre los demás.
Como cristiano y sacerdote no puedo establecer mis relaciones humanas como un campo de batalla donde siempre uno pierde y el otro gana. Tengo que procurar una comunicación de encuentro no de confrontación.
3.- Cuidar el fondo y la forma de nuestra relación con Dios y los demás.
No puedo relacionarme cristianamente ni humanamente utilizando la vulgaridad, la doblez, el “te digo para que me entiendas…” Cuando una persona se acerca a nosotros por primera vez, para ellos somos desconocidos; en cambio, para nosotros cada día alguien se acerca pero ya nos conoce y sabe cómo somos y cómo reaccionamos. Tengo que cuidar el fondo y la forma de lo que digo y hago. Tengo que ser delicado en la relación.
4.- Conocer cuándo las cosas están en su punto.
Muchas equivocaciones en nuestra vida pastoral se producen por retraso o por anticipación. No sabemos cómo y cuándo hay que tomar una decisión sobre un tema. Precipitamos las decisiones o las dejamos morir sin solucionarlas… Tengo que irme entrenando en saber cuándo hay que tomar decisiones.
5.- No al favoritismo.
Cuando un sacerdote vive auténticamente su vocación genera una autoridad moral entre sus hermanos sacerdotes y entre los hermanos seglares. Una petición que salga de lo justo y de lo racional la podrá encauzar y orientar hacia actitudes más cristianas y los interesados lo entenderán sin dolor. Tengo que aprender a ser consecuente con lo que creo y pienso.
6.- Tener valor y prudencia.
En numerosas ocasiones en los ambientes de Iglesia vemos que a la cobardía se le llama “prudencia” y esta prudencia está llena de cobardía. El valor tiene que venir de una vida consecuente con Dios, con uno mismo y con los demás. Quien es poco consecuenente normalmente es muy cobarde. Tengo que arriesgarme más.
7.- No hacer ostentación.
No presumir de lo que soy o tengo, de lo que he conseguido en la vida o de mis numerosas cualidades. El Evangelio se hace con personas que siendo pobres se dan en alegría sin soberbia. Tengo que desarrollar la humildad como cualidad básica en mi vida.
8.- Dejar que Dios tenga siempre la última palabra.
Todas las actividades pastorales y las decisiones de mi vida tienen que estar marcadas por la presencia de Dios. La última palabra la tiene que tener el Señor porque mi vida y actividad están entregadas a Él. Tengo que llevar todo lo que vivo a la oración, al encuentro personal con el Señor y dialogar con Él las posibles soluciones.
9.- Saber distinguir palabras de hechos.
Las personas somos palabras y hechos y muchas veces ambos no concuerdan. Tengo que saber discernir los momentos por los cuales atraviesan las personas y distinguir sus momentos. No tengo que juzgar sino que saber distinguir.
10.- Saber escuchar a quien sabe.
Soy consciente que no sé todo. Tengo que ser humilde y descubrir mis incapacidades para situaciones y realidades. Tengo que dejarme ayudar en lo que no sé y ayudar en lo que puedo aportar.
11.- Disimular el esfuerzo del trabajo realizado.
Los trabajos pastorales son muchos y en la mayoría de las ocasiones ingratos, sin recompensas humanas… No puedo hacer de mi duro trabajo medallas y reconocimientos. Soy mucho más de lo que hago. Tengo que integrar el esfuerzo del trabajo pastoral como parte de mi vida.
12.- Que los más pobres y débiles sean tus preferidos.
Los pobres y débiles son los que más necesitan del Señor. Los ricos, los poderosos, los orgullosos se defienden por sí mismos… El sacerdote es para los pobres el hermano que los prefiere y que es capaz de descubrir en las personas sus múltiples carencias. Sabe que la fuerza del amor es mayor que la fuerza del tener. Tengo que hacer de mi vida una conversión auténtica a los pobres.